03 de marzo de 2020. Autor: Jesús del Caso
Llegarse a Bali es cosa de “caprichete” o de rebote, sin mucho término medio. Porque veamos, Bali está casi en nuestras antípodas. Bali suena bonito y suena a exótico y a relajante. Creemos además que Bali es sitio de bien descansar y de bien comer y tenemos oído que mucha celebrity se va por allí para huir de los focos. El “caprichete” va tomando su forma hasta que alguien nos comenta lo de los templos: que ni tan mal, que son bien chulos; y lo de las playas: qué playas más fenomenales. ¿Comer? Uy, encuentras de todo; y de fiesta lo que quieras y más. Y entonces vas y te lo quedas. Bali: un “caprichete” que darse.
Y sí… Pero no…
Antes de ir a Bali, tenía la vaga impresión de haber estado allí, supongo que la misma vaga impresión de haber estado antes en Mallorca, o en la Costa Azul, o en tantos otros sitios marcados a fuego en el mapa de los falsos recuerdos. Y es que a algunos destinos les precede su fama y eso no siempre les sienta tan bien.
Llegamos a Bali después de haber recorrido Sumatra y Java, platos fuertes de maravilla natural y cultural, así que me esperaba más bien poco de la diminuta (en comparación), Isla de Bali. Más que nada porque me fastidian los destinos manidos y super mediáticos, esos en los que, a priori, queda más bien poco por descubrir y en los que sus encantos se ofrecen casi enlatados, al ritmo tremebundo del turismo apresurado y su recorrido medido y profiláctico.
Pero Bali es otra cosa. Te das cuenta al recorrer, al callejear, al deambular sin rumbo más allá de los templos más célebres y encontrarte que cada calle es un poema y cada ciudad una compleja sinfonía perfectamente articulada en la que la paz natural de estas gentes y estas tierras (la que misma que se vende, como reclamo, en los folletos), se cultiva de oficio en cada esquina y se cuece a fuego lento en las maneras, en el hablar pausado, en la indumentaria despreocupada… Pequeños detalles.
Esa paz, ese proseguir zen, se ambienta en edificios centenarios o en construcciones más modernas, pero con la misma impronta tradicional, que apabullan al caminante desprevenido con su profusión de formas y representaciones varias. Fuera de las poblaciones, aun es más fácil de sentir en los campos de arroz, sucesiones de terrazas del verde más intenso que habrás visto en tu vida; y en las palmeras, en los cocoteros y en la belleza de sus playas de arena dorada. La belleza y la armonía en Bali, en número y orden, son tal, que, al principio, al viajero descreído le pillarán por sorpresa y, según se acostumbra a esta extraña nueva y placentera disposición de todo, podrá asegurar, a voz en grito, que no, que no ha estado allí y que todo lo oído de Bali se queda corto al ver la otra Bali, la menos famosa, que es, en esencia, una isla hermosa y apasionante.
Comenzamos a descubrir nuestra Bali en los alrededores de Tenganan, en la parte sur de la isla. La zona donde, según la tradición, se originó la cultura Balinesa. Tenemos una buena caminata hacia el interior de la isla amenizada por terrazas de arroz, palmeras, volcanes y plantas a cuál más llamativa. La campiña en Bali es tranquila, apacible y ordenada, no te encuentras a mucha gente ni te dejas de encontrar gente, esa suave mesura balinesa. Ni siquiera en la aldea, que pareciera desierta si no es porque, aquí y allá, se oyen unas pisadas, una leve carrera, unos martillazos ahogados, conversaciones que, sin llegar a ser susurros, se sienten en esa lengua queda y apacible que nos sigue fascinando. En los bosques balineses no es difícil encontrar quien te indique, quien te salude, quien te sonría y, con un pelín más de suerte, quien se suba a una palmera y te invite a probar la leche de coco… Si podéis, si tenéis esa suerte, huid del resort, de la villa del hotel, de donde sea, al menos unas cuantas horas y perderos un poquito por esa Bali, por la otra Bali.
Con esa misma naturalidad, nuestro viaje nos impide obviar algunos de sus maravillosos templos. Los Templos Balineses son muchos y muy espectaculares. Hay grandes nombres, templos famosos e imperdibles; y templos más pequeños, alejados de los flujos turísticos, donde quizá se pueda captar mejor la esencia del budismo balines.
Tomamos Ubud como centro de operaciones para visitar algunos de ellos. Desde allí nos dirigimos al antigua reino, hoy regencia, de Klungkung, donde visitamos Goa Lawah, la Cueva de los Murciélagos, un templo espectacular, construido alrededor de una cueva habitada por miles de murciélagos, justo enfrente de la playa.
En la capital de la región, Semarapura, nos damos una buena ración de historia Balinesa, visitando el complejo del Palacio de Klungkung y su corte de justicia, el famoso Pabellón de Kertha Gosa, donde nos llaman especialmente la atención la riqueza de las pinturas que decoran sus techos. Si no lo lleváis, siempre habrá guías disponibles en el recinto. También podéis informaros antes de lo que vais a ver, pero contextualizar el lugar de la manera que mejor os venga, os ayudará a comprender a los balineses y lo balinés. Sobre todo, desde el punto de vista político: los diferentes periodos y los equilibrios de poder en la zona de los últimos siglos.
Tanah Lot, nuestra siguiente visita, es uno de esos momentos imprescindibles del viaje. No se puede ir a Bali y no haber pasado por el famoso templo, ubicado en un promontorio rocoso sobre el que rompen las olas del Índico. Pero ojo, no os decepcionéis: Pura Tanah Lot es un lugar de peregrinaje hinduista, lo que quiere decir, que a no ser que rindáis culto a alguno de sus cientos de dioses o reencarnaciones, no podréis entrar en el templo. Pero lo realmente imperdible es el entorno, lo más parecido a una romería que nos vamos a encontrar por esa esquina del mundo.
Donde realmente debéis ir con tiempo es a Tirta Empul, el corazón espiritual de Bali. El Templo del Agua, dedicado a Visnu, se construyó en torno a un manantial sagrado, al que los balineses acuden en masa para realizar su sagrado ritual de purificación. Nosotros pudimos realizarlo también, no es exclusivo para los hinduistas; aunque necesitareis un guía espiritual para realizarlo y os llevará un buen rato y un aprendizaje previo. Habréis de pasar después por cada piscina sagrada y cada una de sus muchas fuentes, donde tendréis que lavaros, sumergiros y beber de la manera precisa y en el número exacto de veces que se os indique…
Toda una experiencia. Si la completáis, envueltos de la estridente música Gamelán, del intenso olor a incienso, de las miradas curiosas y divertidas de los balineses (para quienes ya os habréis convertido en una atracción más). Si conseguís seguir las instrucciones correctamente y evitar, ¡ojo! las fuentes de los muertos… Entonces y solo entonces, tendréis los chacras abiertos, el cuerpo y la mente purificados y estaréis mas listos que nunca para seguir Descubriendo Bali: sus danzas tradicionales, sus playas paradisiacas, su deliciosa gastronomía… o, si tenéis menos suerte, para volver al despacho, la oficina, la vida… con un nivel de purificación interna suficiente para aguantar, al menos, hasta el próximo viaje.
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