El parque Nacional de Minneriya es uno de esos lugares a los que uno acude con la esperanza de ver algo que jamás olvidará. En alguna foto, en algún documental, el viajero se ha contagiado de esa imagen mítica y la quiere para sí…
El famoso encuentro de los elefantes, a orillas del pantano: la luz bruja y ambarina, la profusión de siluetas entrelazas y ese lento procesionar, dorado y majestuoso camino de la selva, ha llenado y llenará siempre el imaginario de los viajeros, que sueñan ver reunidos a decenas de estos animales marchando juntos al atardecer. Es una de esas imágenes icónicas que uno desea ver al menos una vez en su vida y en ningún lugar del mundo se puede ver mejor que aquí, en el centro de la milenaria Sri Lanka.
Minneriya fue declarada Santuario de la Vida Salvaje en 1938 y Parque Nacional en 1997 con el objetivo de proteger el pantano y la vida salvaje de su entorno. Pero la historia de este legendario lugar viene de muy antiguo. Precisamente, el pantano es el causante de la singularidad de Minneriya. Los antiguos reinos de la isla siempre se preocuparon por el almacenamiento y abastecimiento de agua, realizando monumentales canalizaciones y pantanos este. Lo que disfrutamos hoy es el resultado de un proyecto concebido en el s.III de nuestra era por el rey Mahasen de Anuradhapura. La presa cambió para siempre una zona especialmente seca y la convirtió en un paraíso para la vida, recogiendo las aguas provenientes de varios humedales, ríos y canalizaciones anteriores.
Hoy día el parque es el hogar de más de 24 especies de mamíferos, 160 especies de pájaros, 9 de anfibios, 25 de reptiles, 26 de peces y 75 de mariposas.
Pero de entre todas, sin duda, el elefante de Sri Lanka, una de las tres subespecies reconocidas de elefante asiático, es el auténtico rey del parque.
Una particularidad de los safaris en Minneriya es que, aparte de saberse a lo que se viene, se sabe, o se sospecha, donde y cuando se va a poder ver. Normalmente localizar a la fauna salvaje en cualquier parque requiere horas y más horas de jeep y un buen guía, pero en Minneriya el gran objetivo, el encuentro de los elefantes tiene un lugar más o menos localizable: la orilla del agua; y un tiempo específico: el atardecer. Todo lo demás, todas las horas previas y cada encuentro suponen un verdadero regalo.
Los elefantes no se esconden aquí, desde el principio se pueden encontrar y ver desde muy cerca, dispersos o en pequeños grupos. Pero antes del gran encuentro, nos encontramos con muchos macacos y algunos langures endémicos de Sri Lanka. También avistamos algún sámbar, pastando tranquilamente, que no parece asustarse mucho por la presencia de nuestro jeep. Impresionantes búfalos de agua posan sin pudor para nuestras fotos y otras muchas especies de pequeños mamíferos y reptiles nos rodean, cerca del agua, entre los matorrales o en las copas de los árboles sin que apenas tengamos tiempo de identificarlos. Además, el lago es un hervidero de aves: se pueden ver fácilmente numerosas especies de grullas, flamencos… e incluso avistamos más de un pavo real. Y quizá hubiéramos podido encontrarnos con algún gran reptil más, aparte de los cocodrilos. Hubiéramos querido poder admirar de cerca alguno de los muchos lagartos monitor que merodean por los humedales, pero llega un momento en el que en Minneriya comienza la gran carrera.
En algún momento de la tarde el guía frunce el ceño, escudriña el horizonte, coge sus prismáticos y busca alrededor del lago.
¡Vamos, rápido! No se nos puede hacer tarde.
Tuerce el volante, pisa el acelerador y nos envuelve de polvo y de incertidumbre, dejando atrás todo y a todos los demás animales. Vamos en busca de los elefantes.
El asunto es que no somos los únicos, en algún punto de la orilla norte del pantano se está congregando una espectacular multitud de elefantes y una menos espectacular, ruidosa y polvorienta horda de todoterrenos, que va a pugnar ferozmente por conseguir el mejor punto de vista para sus clientes. De entre la selva irán surgiendo todos como depredadores en competencia, adelantándose, entre rugidos, por los caminos. Es bastante espectacular ver la estampida de estos bichos de acero, pero aproximándose a los elefantes, cada uno reduce su propia vorágine y se va acomodando en su sitio. El viajero es partícipe de una congregación paralela a la que nos ha llevado a Minneriya, con su propias reglas y circunstancias y que sirve de telonero al espectáculo real: porque allí están, en efecto, los elefantes.
Hoy tenéis mucha suerte, tú y tu serie de televisión.
Y así es, porque según nos explica, no todos los días se reúnen tantos elefantes. Hay varios grupúsculos aislados y un gran grupo de unos 40 o 50 ejemplares. Los obturados de las cámaras abren y cierran sin parar, los motores de los jeep jadeando por lo bajo, en su constante acechar y lo demás es silencio: no se oyen nuestras respiraciones, que parecemos contener mientras admiramos la belleza mayúscula de la vida. Estamos muy cerca, quizá demasiado. El guía y el conductor permanecen inmóviles en tensión. Sus ojos en cambio se mueven en todas direcciones, buscando, calibrando. Un macho enorme se gira hacia nosotros, mueve la cabeza y hace un gesto con las orejas enormes mientras le retratamos, extasiados. Pero el jeep retrocede de repente, lentamente, a una orden del guía. Que sigue en tensión y seña al gran macho con una mirada llena de terror. Es la vida, en directo, y la distancia y el respeto priman donde no hay más barrera que el orden natural del momento.
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