22 de julio de 2020. Autora: Mireia Puntí
Desde siempre me ha fascinado el desierto. Para mí es uno de esos lugares mágicos que hay que experimentar al menos una vez en la vida. Y hablando de desiertos, el Sáhara es el rey, el más grande del mundo, que abarca casi toda África del Norte. La mayor parte del Sáhara es un reg, es decir, un desierto pedregoso formado por cantos, guijarros y fragmentos de roca. Pero debido a la abrasión de las rocas se genera arena fina que es transportada por el viento y se acumula en forma de dunas, originando lo que se conoce como un erg.
En nuestro viaje fotográfico de una semana nos adentramos en el desierto marroquí hasta la región de Erg Chebbi cuyo significado literal es mar de dunas. Nunca se ve dos veces el mismo desierto. Su aspecto cambia a medida que avanza el día o según la situación climatológica. Nada tiene que ver la foto que haces un día despejado con dunas naranjas y cielo azul, con la que puedes hacer un día que esté cubierto con nubes amenazantes o con calima, que crea un ambiente misterioso. Lo fascinante es que en cualquier situación el desierto tiene encanto y por eso nunca decepciona.
Después del amanecer o antes del ocaso, cuando el sol se encuentra cerca del horizonte, se produce lo que llamamos la hora dorada. En esa situación la luz es cálida y suave, y tiñe las dunas de color naranja, generando una atmósfera muy especial. A mediodía, en cambio, la luz es más fría. Antes de que salga el sol por la mañana o después de que se haya ocultado por la tarde, es la hora azul, que se caracteriza porque el cielo se tiñe de un azul intenso. Es el momento ideal para fotografiar siluetas de cualquier persona que pase caminando por la cresta de la duna ataviada con un pintoresco turbante o encuadrando los dromedarios a primer plano contra el cielo.
El resultado fotográfico también va a ser totalmente diferente en función de la dirección de la luz. Si nos colocamos de forma que la luz incida frontalmente a lo que estamos fotografiando, se aplanan los volúmenes y texturas pero se saturan los colores. En cambio cuando nos situamos de manera que la luz del sol incida lateralmente, se acentúan los volúmenes y las texturas, pudiendo captar con detalle las formas onduladas que el viento esculpe en la arena. Muy interesante es el contraluz, sobretodo cuando hay viento y queremos destacar la arena que se levanta, o cuando el sol está pegado al horizonte y queremos captarlo en forma de estrella, efecto que se consigue cerrando el diafragma.
Para fotografiar la inmensidad del desierto podemos utilizar ópticas de rango angular e intermedio, como el 14-24mm, el 18-55mm o el 24-70mm. También es interesante hacer fotos con un teleobjetivo corto como el 70-200mm para descontextualizar las sinuosas formas de las dunas y obtener imágenes más abstractas.
Cuando cae la noche, empieza el espectáculo de las miles de estrellas brillando en el firmamento, que por supuesto también fotografiamos.
El desierto hay que vivirlo de día y de noche, por eso pernoctamos tres noches en él, así podemos fotografiarlo en todas las situaciones lumínicas, de día, de noche y desde diferentes localizaciones, además de visitar poblados anclados en el tiempo y conocer aspectos culturales únicos del desierto.
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Mireia Puntí es bióloga de formación, fotógrafa de profesión y viajera por pasión. Ha escrito “El viatge dels Rodamons”, donde narra su experiencia personal al dar la vuelta al mundo en 14 meses, plasmándola en imágenes. Imparte cursos de fotografía de naturaleza y viajes y ha colaborado en exposiciones y participado en simposios internacionales.
Texto y fotografías de Mireia Puntí (www.mireiapunti.com)